Por Nuria Silva.
Si De Rouille et D’os fuera parte de un heptáptico sobre los pecados
capitales le correspondería el de la vanidad. Stephanie (Marion Cotillard) es
una mujer hermosa y consciente del poder que tiene sobre los hombres. Es
domadora de orcas asesinas y después lo será de otro tipo de bestias. Ali
(Matthias Schoenaerts) trabaja como guardia de seguridad, se involucra en el
circuito de peleas clandestinas y tiene sexo ocasional con cuanto minón se le
cruce. Los funcionamientos estrictamente físicos y narcisistas de sus
protagonistas generan desconexiones afectivas. Un accidente deja a Stephanie
sin piernas mientras realiza uno de sus habituales espectáculos de doma.
Hermosas piernas sobre los que la cámara hizo hincapié en escenas previas,
rozando la mirada subjetiva de Ali. Armas infalibles de seducción de esta mujer
de una belleza innegable pero en absoluto complaciente, con una mirada que
evidencia la impetuosa fuerza interna que tiene, capaz de quebrantar a cualquier
macho embravecido que se le atreva. Al perder sus armas florece otra capacidad
de dominio. Más adelante la vemos en el balcón de su departamento, después de
coger con Ali por primera vez, sentada sobre su silla de ruedas, mirando al sol
y repasando su rutina como domadora. Las tetas de Marion Cotillard son firmes y
monumentales, pero lejos de representar un objeto sexual se imponen como
símbolo de otro nivel de hegemonía. El sexo queda exclusivamente ligado a la
zona inferior del cuerpo. En el pecho está la valentía. Ali es el instinto
básico, la fuerza bruta, el animal a domesticar. En otra escena nos volvemos a
acercar a su mirada. Lo vemos con los ojos entreabiertos sobre los senos
desnudos de Stephanie mientras descansan en la playa. Ojos que vuelven a
cerrarse con una serenidad casi infantil. Son las tetas de una mina a la que
minutos atrás vio nadar sin piernas bajo el destello del sol. Continuar Leyendo.