Un nene le pregunta a su padre sobre la muerte. Lo inquietan particularmente las arenas movedizas. El papá responde que cuando uno muere va al cielo. “¿Estás seguro?” repregunta el chico. “No lo sé” contesta el padre. Que Planetario empiece de esta forma no es casual, porque si bien es una película que se conforma de videos caseros realizados por distintas familias alrededor del mundo, cuyo eje central son los hijos -por lo tanto la vida, la prosperidad- en el fondo es una película sobre la muerte. Es lógico. Dar vida conlleva un nivel de consciencia sobre la propia fragilidad que es vertiginoso y atemorizante. La paternidad es, sobre todo, el lugar de mayor incertidumbre que el ser humano pueda habitar. Uno siente que se convierte en receptor de cuestionamientos cuyas respuestas no arribarán nunca. Entonces dan ganas de preservar a los hijos, de congelar el tiempo, de parar el mundo para el que hay que prepararlos, cuando ni siquiera uno mismo está preparado. Tal vez filmarlos incansablemente sea la manera que encontraron estas familias de suplantar ese anhelo utópico. Un padre tomará la decisión de registrar cada etapa de crecimiento de su hija hasta que él se vaya de su lado, una madre deberá enfrentarse a la posibilidad de que el curso natural de la vida se vea interrumpido al correr el riesgo de perder a uno de sus hijos en la guerra, y así cada uno tendrá un motivo particular (y tal vez no del todo sincero) para hacerlo. Continuar leyendo.
Baltazar Tokman, director de Planetario estuvo con nosotros y nos dió sus impresiones acerca de lo que fue hacer esta película que une a diferentes culturas bajo la premisa de la paternidad como punto de partida y un nuevo mundo que se presenta a todos, sin ninguna excepción.
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